Artículos Ibn Asad (Lomas Cendón)

tubi
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Re: Artículos Ibn Asad (Lomas Cendón)

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March 30 at 6:11 PM
LEY DEL EMBUDO, PERO LEY

¿Qué peor crimen en estos tiempos que sacar a relucir a Fiodor Dostoievski, y qué justo castigo merece citar en 2022 a El Gran Inquisidor? ¡Pues que me quemen en la hoguera! En esta obra, un obispo jesuita vuelve a condenar a Cristo, con fallo fundamentado y sentencia firme, por el imperdonable pecado de arrogancia de rechazar la oferta que el Diablo tentador le ofreció. El inquisidor advierte y recrimina a Jesús: “Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia, y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad -no, como Tú, el orgullo.” Que traducido del ruso decimonónico al inglés macarrónico del Foro de Davos sería “en 2030 no tendrás nada y serás feliz”.

El gran genio ruso desmonta la falacia de que la ley es dura, pero es la ley. Porque el poderoso sabe que lex dura sed lex sólo sirve para someternos como borregos ignorantes. La verdad oculta que esconde el tirano es que lex dura ergo lex, es decir, que es la dureza, la crueldad, el agravio, lo que da fundamento al ejecutivo (¿por qué no al ejecutor?) para aplicar leyes que, en última instancia, se redactan como pretexto para imponer una voluntad de poder. Dostoievski codificó esta sabia visión de la dinámica política en su literatura, sin ser consciente de las dos guerras mundiales que vendrían en su siglo siguiente, ni de la tercera de la que muchos de mis contemporáneos tampoco lo son, ni viviéndola en presente continuo. Todas las atrocidades, genocidios, infiernos del siglo XX, fueron legales. Y si alguno no lo pareció -legal, lícito, me refiero-, lo fue porque hubo que dar un escarmiento, no al criminal frente a la ley, sino al desobediente ante una única voluntad de poder definitivamente más fuerte. Cuando se trata de crímenes contra la humanidad, sólo hay dos leyes vigentes: la ley del más fuerte, y la ley del embudo redactada por ese más fuerte.

¿Ejemplos de esto último comprensibles por todo el mundo? Invadir Polonia es un casus belli si eres alemán; si eres soviético, no. Al contrario: te premian con el dominio del país cuando acaba la guerra. Gasear millones de judíos y construir campos de exterminio no tiene perdón, ni de Dios, ni de Sus Señorías de Nuremberg; pero todos podemos echar pelillos a la mar frente a los campos de muerte de Rheinwiesenlager, la matanza de Katyn, o la violación masiva de alemanas a manos del Ejército Rojo. Bombardear Londres es un crimen; pero pulverizar Dresde, Hiroshima y Nagasaki, ciudades llenas de mujeres, ancianos y niños, cuando ya estaba todo perdido (o ganado, según el demente que lo mire), fueron acciones estratégicas necesarias para establecer la paz, y están justificadas éticamente y legitimadas por la comunidad internacional.

Ser el redactor y el ejecutor de esta ley del embudo permite también cambiar las formas jurídicas y permutar los roles de acusado, reo, víctima y fiscal, al antojo de tus intereses. Nadie te va a toser, ni nadie te va a recriminar descaro, desfachatez o hipocresía. Así, los rusos buenos y aliados que invadieron Polonia en 1939, hoy son los rusos malos y dictatoriales que invaden Ucrania. Los nazis malos y criminales que también invadieron Polonia en 1939, hoy son los nazis buenos y democráticos de Ucrania que rinden homenaje al genocida Stepán Bandera, exaltan el origen ario y nórdico de la nación ucraniana, y masacran a la población eslava a través del Batallón Azov. El símbolo de libertad y solidaridad en la figura del líder ruso, al que los periodistas europeos hacían la pelota y los poetas exaltaban, como Pablo Neruda en su Oda a Stalin, hoy es un terrible sátrapa psicópata de ambición sin límite llamado Vladimir Putin. Y, de la misma manera, el presidente de los Estados Unidos que liberó a Europa y al mundo, devastando Alemania, desvelando las cámaras de gas, y perpetrando el único ataque con armamento nuclear contra población civil, hoy se presenta con el nombre de Joe Biden, imponiendo sanciones económicas que vuelven a devastar Alemania, garantizándoles el suministro de otro tipo de gas, y amenazando con las mismas armas de destrucción masiva que poseen y que llevan veinte años prohibiendo obtener al resto del mundo.

Alguien dijo que todo esto que estamos viviendo no tiene sentido. ¡Se equivoca! ¡Vaya si lo tiene! Lean a Fiodor Dostoievski.
tubi
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April 6 at 1:14 PM
EL SÍNDROME DE LA PATATA POCHA

¿Que la esperanza de vida se hunde en los países occidentales en menos de dos años? Pues será por la covid. ¿Que la mortalidad se disparó en 2021 con relación a años anteriores? Pues será por la covid, aunque las cifras no cuadren. ¿Que las muertes repentinas han aumentado de forma epidémica en porcentajes alarmantes? Pues será por la covid, sin duda, no hay otra. ¿Que los infartos y enfermedades cardiacas matan cada día más, y a personas cada vez más jóvenes? Pues tendrá que ser por la covid, aunque jamás se vio a un coronavirus causar eso. ¿Que todos hemos visto recientemente enfermedades de las que hace sólo veinte años no sabíamos ni el nombre: lupus, Guillain-Barré, miocarditis, pericarditis…? A la fuerza tiene que ser por la covid, claro que sí. ¿Que vacunados contra la covid mueren en el mismo año de ser vacunados por diversas causas, incluida la covid? Pues no es un trabalenguas, sino otra de las consecuencias de la covid.

La covid explica casi todos males, y de los que no consigue explicar, al menos nos distrae. En plena pandemia global nadie se va a preguntar por qué se dan casos de muertes por infarto simultáneo en personas próximas, como lo que ocurrió en Segur de Calafell el verano pasado con dos submarinistas, o lo que sucedió con dos hermanas del barrio sevillano de Macarena esta misma semana. ¡Pues coincidencia! Como coincidencia es también que la número uno del tenis mundial, Ashleigh Barty, se retire de forma repentina, justo al mismo tiempo que el número uno masculino es castigado por no vacunarse. ¡Otra casualidad! La covid también tuvo su efecto adverso en las leyes de la probabilidad: lo que antes era imposible, ahora es raro; y lo que ayer era raro, hoy es normalidad. Antes era imposible que once jóvenes murieran simultáneamente de paro cardiaco en un mismo concierto de rap, como sucedió en Houston el pasado mes de noviembre. Ahora resulta extraño, pero no lo suficiente como para preguntarnos qué puñetas está ocurriendo con la salud de los jóvenes. En menos de un mes, el instituto de educación secundaria Basoko en Pamplona enterró a tres alumnos. El mes pasado murió súbitamente un niño de diez años en un colegio de Albacete. La semana pasada un chaval de trece años cayó fulminado en el recreo de su escuela en Mijas, Málaga. ¿Alguien puede explicar esto?

Lo que no puede explicar la covid, lo explica el cambio climático; y lo que no explica el cambio climático, resulta un misterioso enigma que Íker Jiménez descarta tratar para hablar de la guerra de Ucrania y arengar a matar rusos. Si te pones impertinente con preguntitas, la Universidad de Michigan te casca un estudio que te asegura que los cambios de temperatura causan infartos de miocardio. ¿Que vives en un lugar de clima suave y te infartas igual? Pues será porque te han cambiado la hora al horario de verano. ¿Que te da el patatús en un país donde no cambian la hora? Pues será porque duermes mucho… y si no duermes mucho, porque duermes poco. A fin de cuentas, si eres un infeliz, vas palmar por ello. Y si eres feliz, también. Te va a dar igual. Algún sabio dijo que sí es cierto que se dan casos de jóvenes que mueren… pero que, de lo viejos, al final, no queda ni uno.
tubi
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tubi
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¿SON HUMANOS ESTOS SUJETOS?

En el primer capítulo de La Danza Final de Kali, al abordar la agenda del Novus Ordo Seclorum y sus autores espirituales, intelectuales, y materiales, escribo en 2009: ¿Son humanos estos sujetos? Esa es una pregunta que este libro no va a abordar, y no porque la respuesta sea ambigua, sino porque no supone ser relevante para nuestro objetivo. Un lector atento y crítico (de los que a mí me gustan), me cuestionaba la semana pasada por email: “Pues si ahora no resulta relevante esta cuestión, no sé cuándo lo será. ¿Cuál es tu punto de vista?”Pues aquí lo tienes:

Supongamos que somos pollos nacidos y criados en una granja. Nada conocemos más allá de ella. Ni si quiera la granja con rigor: sólo conocemos el habitáculo de la granja donde desarrollamos nuestra vida aviar, y no tenemos ni idea de la estructura externa de la granja. Nacemos, crecemos y picoteamos el grano en un único espacio que compartimos con otros pollos que identificamos como semejantes. No sabemos nada de nuestra muerte; no la vemos. Sólo sabemos que periódicamente hay un revuelo en el grupo porque un extraño ser bípedo entra en la sala y se lleva a unos cuantos pollos. Nunca más se vuelve a saber de ellos. Nuestra limitada conciencia gallinácea no nos permite entender por qué ocurre eso. Sólo nos alegramos cuando el grotesco ser se va, y nosotros no somos parte de los desaparecidos. Seguimos picoteando...

Supongamos también que, al lado del habitáculo donde estamos, hay otro espacio donde hay otros pollos ciertamente diferentes a nosotros. Son menos, están más cómodos, sin hacinamiento, son algo más grandes, más gordos, con el plumaje más vistoso. Les vemos a través de un vidrio que nos separa, y vemos también que comen más y mejor grano. En el corral se cuenta la historia de que el mismo monstruoso ser bípedo que nos diezma periódicamente, da grano de mejor calidad y agua fresca a este grupo de privilegiadas aves. Por ello, nosotros -pollos- soñamos con ser como esos al otro lado del vidrio, tener ese mismo trato por parte de aquel terrible ser, y envidiamos su existencia. Tal es la diferencia de trato que reciben unos y otros pollos, que incluso nos cuestionamos si esos otros animales son de nuestra misma especie.

Ocurre que, más allá de nuestra visión parcial gallinácea sobre el grano y el agua, ignoramos todo con respecto a la granja. Ignoramos, por ejemplo, que estamos en una explotación avícola que está interesada en nuestra carne. Ignoramos también que las saludables gallinas vecinas, también forman parte de la misma explotación, sólo que van a ser vendidas como carne ecológica. Ignoramos, además, la verdadera naturaleza de ese misterioso ser que nos da comida y nos rapta: le atribuimos cualidades divinas a un empleado subcontratado por una empresa agropecuaria, que tiene como empleo alimentar a los pollos y elegir a los que estén aptos para llevar al matadero. No que sólo lo ignoremos, es que además osamos elucubrar absurdas teorías teológicas sobre un operario con contrato temporal en una empresa que, a su vez, también le explota a él. Quizás él esté descontento con su jefe, es posible que se haya divorciado recientemente, que vote a tal partido político, que sea hincha del Real Madrid… todo eso, a nosotras, gallinas, no nos importa ni nos puede importar, pues no podemos entenderlo. Sólo nos importa que ese ser luciferino trata mejor a otras gallinas que a nosotras, y esta agraviante alianza nos inquieta. Queremos desvelar un misterio metafísico desde un cerebro de pollo.

Lo que recientemente se ha convenido en llamar Élite (en parte por acuño de ella misma) no es una élite en absoluto. Y, por supuesto, son tan humanos como nosotros. Rothschild, Rockefeller, Elizabeth II, Klaus Schwab, Henry Kissinger, Bill Gates… comen como tú, tienen que ir periódicamente al baño y se dejan la tapa del váter levantada, sufren alopecia, hemorroides, y, en ocasiones, se aburren como una ostra... Son absolutamente humanos y la única diferencia entre tú y ellos, es que ellos están siendo utilizados de una manera más activa y tiránica por unas inteligencias, no tanto superiores, sino de dominios diferentes a la nuestra. (Para entenderlo: por mucho que las gallinas queden fascinadas con su presencia, el operario de la granja no es un hombre especialmente brillante e inteligente… ¡más bien al contrario!). Estas inteligencias necesitan una correa de transmisión para actuar en este plano, y se sirven de ciertos individuos, familias y linajes, para materializar lo que quieren.

Esta supuesta élite cree establecer un pacto con estas inteligencias que les privilegian como humanos. Para justificar estos privilegios se proyecta todo un maremágnum de casas nobiliarias, castas sacerdotales, sangres reales, rituales de sacrificio, instituciones académicas, jerarquías eclesiásticas, filiaciones masónicas… que sólo sirven para inflar la autoestima de esta aristocracia invertida, y confundir al hombre común en un paradigma de sometimiento psicológico y social que se actualiza periódicamente con la religión, la educación, la divulgación científica, las ideologías políticas… La falsa élite tiene acceso exclusivo a ese envidiable estatus social de privilegio, a ciertos conocimientos, tecnologías…, mientras el ciudadano normal se acompleja en su ignorancia, impotencia y falta de capacidad de reacción. En última instancia, unos y otros (¡todos en definitiva!) son propiedad de alguien del que desconocemos cualquier dato más allá de su necesaria existencia.

La humanidad tiene dueño. Al menos en este mundo, tenemos evidencias para asegurar que la humanidad es propiedad de alguien, comparable al ganado que posee el ganadero. Ese dueño no puede ser humano, pero la élite que ejerce de testaferro, de mamporrero, de perro pastor que amenaza y ladra, sí que lo es. Humano, demasiado humano, tan hechizado con la ilusión de la vida, que resulta incapaz de encarar lo que le espera tras la muerte. Por mucho que aquí abajo, en el corral, esta existencia parezca absurda, allá en lo alto, desde arriba, todo tiene sentido.
tubi
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Ley del embudo, pero ley

Faro Rojo

14 April, 2022
Lomas Cendón Lomas Cendón

Ley del embudo, pero ley. Lomas Cendón

¿Qué peor crimen en estos tiempos que sacar a relucir a Fiodor Dostoievski, y qué justo castigo merece citar en 2022 a El Gran Inquisidor? ¡Pues que me quemen en la hoguera! En esta obra, un obispo jesuita vuelve a condenar a Cristo, con fallo fundamentado y sentencia firme, por el imperdonable pecado de arrogancia de rechazar la oferta que el Diablo tentador le ofreció. El inquisidor advierte y recrimina a Jesús: “Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia, y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad -no, como Tú, el orgullo.” Que traducido del ruso decimonónico al inglés macarrónico del Foro de Davos sería “en 2030 no tendrás nada y serás feliz”.

El gran genio ruso desmonta la falacia de que la ley es dura pero es la ley. Porque el poderoso sabe que lex dura sed lex sólo sirve para someternos como borregos ignorantes. La verdad oculta que esconde el tirano es que lex dura ergo lex, es decir, que es la dureza, la crueldad, el agravio, lo que da fundamento al ejecutivo (¿por qué no al ejecutor?) para aplicar leyes que, en última instancia, se redactan como pretexto para imponer una voluntad de poder. Dostoievski codificó esta sabia visión de la dinámica política en su literatura, sin ser consciente de las dos guerras mundiales que vendrían en su siglo siguiente, ni de la tercera de la que muchos de mis contemporáneos tampoco son, ni viviéndola en presente continuo. Todas las atrocidades, genocidios, infiernos del siglo XX, fueron legales. Y si alguno no lo pareció -legal, lícito, me refiero-, lo fue porque hubo que dar un escarmiento, no al criminal frente a la ley, sino al desobediente ante una única voluntad de poder definitivamente más fuerte. Cuando se trata de crímenes contra la humanidad, sólo hay dos leyes vigentes: la ley del más fuerte, y la ley del embudo redactada por ese más fuerte.

¿Ejemplos de esto último comprensibles por todo el mundo? Invadir Polonia es un casus belli si eres alemán; si eres soviético, no. Al contrario: te premian con el dominio del país cuando acaba la guerra. Gasear millones de judíos y construir campos de exterminio no tiene perdón, ni de Dios, ni de Sus Señorías de Nuremberg; pero todos podemos echar pelillos a la mar frente a los campos de muerte de Rheinwiesenlager, la matanza de Katyn, o la violación masiva de alemanas a manos del Ejército Rojo. Bombardear Londres es un crimen; pero pulverizar Dresde, Hiroshima y Nagasaki, ciudades llenas de mujeres, ancianos y niños, cuando ya estaba todo perdido (o ganado, según el demente que lo mire), fueron acciones estratégicas necesarias para establecer la paz, y están justificadas éticamente y legitimadas por la comunidad internacional.

Ser el redactor y el ejecutor de esta ley del embudo permite también cambiar las formas jurídicas y permutar los roles de acusado, reo, víctima y fiscal, al antojo de tus intereses. Nadie te va a toser, ni nadie te va a recriminar descaro, desfachatez o hipocresía. Así, los rusos buenos y aliados que invadieron Polonia en 1939, hoy son los rusos malos y dictatoriales que invaden Ucrania. Los nazis malos y criminales que también invadieron Polonia en 1939, hoy son los nazis buenos y democráticos de Ucrania que rinden homenaje al genocida Stepán Bandera, exaltan el origen ario y nórdico de la nación ucraniana, y masacran a la población eslava a través del Batallón Azov. El símbolo de libertad y solidaridad en la figura del líder ruso, al que los periodistas europeos hacían la pelota y los poetas exaltaban, como Pablo Neruda en su Oda a Stalin, hoy es un terrible sátrapa psicópata de ambición sin límite llamado Vladimir Putin. Y, de la misma manera, el presidente de los Estados Unidos que liberó a Europa y al mundo, devastando Alemania, desvelando las cámaras de gas, y perpetrando el único ataque con armamento nuclear contra población civil, hoy se presenta con el nombre de Joe Biden, imponiendo sanciones económicas que vuelven a devastar Alemania, garantizándoles el suministro de otro tipo de gas, y amenazando con las mismas armas de destrucción masiva que poseen y que llevan veinte años prohibiendo obtener a todo el mundo.

Alguien dijo que todo esto que estamos viviendo no tiene sentido. ¡Se equivoca! ¡Vaya si lo tiene! Lean a Fiodor Dostoievski.
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April 19 at 2:13 PM
¡MALDITOS NEGACIONISTAS RUSOS!


Nuestra estupidez es un fractal: estamos en contra de los que están en contra de los que se oponen a los que están en contra de nosotros con tendencia al infinito. Un buen amigo aseguraba con desfachatez no ser racista ni homófobo, pero que tenía que reconocer que un chino mariquita ya le resultaba excesivo. Puede travestirse de humor, pero la broma encierra una serísima verdad: nuestros prejuicios se activan conjugados, tanto los negativos como los positivos. Por sí solos, son inocuos; si los mezclas, pueden explotar. Ser heterosexual resulta ser algo bastante ordinario; de hecho, la mayoría de la población lo es, y si aceptamos la acepción de habitualidad que muestra el diccionario, no hay problema en decir que ser heterosexual es lo normal. Sin embargo, si asocias la palabra “heterosexual” al color “blanco”, es decir, “blanco heterosexual”, a muchas personas les va a dar un repelús que disimularán, más o menos, con referencias a violadores, machirulos y extremaderecha. Lo mismo ocurre a la inversa, con lo que algún cínico llamó discriminación positiva: nacer mujer es normal (de hecho, más de la mitad de la población lo hace). Emigrar es normal, de hecho, yo lo hice. Ser maltratado resulta, infelizmente, bastante normal, pues ¿quién no fue maltratado alguna vez en su vida? Pero basta que alguien se presente como una “mujer emigrante maltratada” para ganarse una bula de superioridad moral, acceder a ayudas públicas de todo tipo, y ser la imagen de una ONG. Operamos así.

También operamos así a otro nivel que los ingenieros sociales conocen. El ser humano no puede odiar dos cosas al mismo tiempo; no, al menos, con la energía exigida por tal emoción superlativa. En ese sentido, alguien habló de “poliamor”, pero nadie se ha atrevido a enarbolar el “poliodio”. Un médico amigo mío (¡vaya amigos chungos que tengo!) dice que la mejor manera de aliviar la jaqueca es fracturarse un dedo del pie o de la mano. La cabeza te deja de doler inmediatamente, porque entra en escena otro dolor que requiere toda nuestra conciencia. A nivel social también actuamos así. La Alemania nazi con los judíos nos sirve para, al menos, ver la viga en el ojo ajeno: el nacional-socialismo se oponía al capitalismo y al comunismo, pero eso resultaba imposible llevarlo al campo afectivo. ¿Qué hicieron? Odiar al judío. Rothchild, el capitalista, es judío; Trotsky, el comunista, es judío. Con el odio al judío no se mataron dos pájaros de un tiro, sino que arrasaron una bandada entera que pasaba por ahí, a través de un único sentimiento.

¿Qué le parece al lector la información de que se prohíba trabajar y actuar al prestigioso músico gay Valeri Guérguiev? ¡Increíble que eso ocurra en 2022! Pues cambia la palabra gay por la palabra ruso, y no te resultará tan increíble. ¿Qué reacción merece que se cancelen todas las actuaciones de la célebre soprano transexual Anna Netrebko? ¡Resulta indignante! Corrige la errata transexual, por la voz rusa, y tu indignación se aliviará. ¿Qué emoción resuena cuando sabes que han censurado y expulsado del circuito cultural europeo a los ballets LGBTIQ+ Bolshói y Mariinsky? ¡Vaya insulto al arte, a la cultura, y a la libertad de expresión! Pues no son cabalgatas de Chueca; son ballets rusos.

Nuestra estupidez es un fractal: hace un par de meses yo tampoco podía entrar en un teatro a escuchar a Tchaikovsky, deleitarme con la Orquesta Sinfónica de San Petersburgo, o simplemente matricularme en un curso sobre Dostoyevski… pero no porque tuviera pasaporte ruso, sino porque no disponía de pasaporte covid. ¿Lo has olvidado ya? Yo no. Ambos pasaportes (uno por tenencia, otro por carencia) sólo certifican la monstruosa persecución política que sufren todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos? Sí, todos: si no lo hacen con coartada sanitaria, lo harán bajo pretexto racial, económico, ambiental, ideológico... La verdadera intención es cercenar las libertades individuales y someter a todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos? Pues sí, mendrugo, aunque no te guste la música clásica, ni tengas un cuñado ruso, esto también va contigo. Aunque te hayas chutado tres dosis de sabe Dios qué potaje de Pfizer, y al que venga detrás, que arree, esto te atañe. Aunque creas que te vas a librar de esta picadora de carne solo con obedecer sinsentidos y acatar órdenes ridículas, te equivocas. El objetivo explícito y confeso es despojarte de todos tus bienes materiales y espirituales, y reiniciar un mundo que reserva un nuevo paradigma de esclavitud física y psicológica, por medio de mecanismos biotecnológicos, a todos los seres humanos de la tierra. ¿Todos? Que sí, a ver si te enteras: todos, y tú incluido.
tubi
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Re: Artículos Ibn Asad (Lomas Cendón)

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EL DATAÍSMO Y MI ORNITORRINCO

Desde la arrogancia temeraria de mi juventud, allá por 2009, dejé por escrito en La Danza Final de Kali, lo siguiente, en el Capítulo XIV, en el apartado, El dato como unidad cuantitativa de información:

Pongamos un ejemplo para hacer entender la maquinaria informativa global. A un europeo que nunca ha salido del interior de Europa, le enseñamos la foto de un ornitorrinco. Tras el dato visual, le damos tres datos: a este bicho le gusta vivir en agua dulce, pone huevos, y tiene pico de pato. El europeo procesa la información y dice: “Le gusta el agua, pone huevos… si tiene pico de pato es un pato, ¡Es un pato!”. Así, una completa falsedad se ha convertido en verdad informativa, sólo con una secuencia de datos ciertos. Mientras nos interese –como informadores- mantener en pie esa verdad, nosotros podemos reforzarla a través de más datos: este bicho nada muy bien, construye nidos, mide 40 centímetros… Sin embargo, el poder destructivo de la información no sólo permite mantener una falsedad como verdad a través de datos ciertos, sino que –en última instancia- permite destruir los principios cognitivos de verdadero y falso a través de una secuencia indefinida de datos.

Ejemplo: tras ofrecer más datos sobre el ornitorrinco al europeo informado, le damos un dato clave: este animal es un mamífero. Tras escuchar el dato, el europeo se rasca la cabeza, y piensa: “Creo que los patos que conozco no hacen eso”; se vuelve a rascar la cabeza, y dice: “¡Es un pato un poco extraño!”. El europeo continúa escuchando fascinado datos, datos y más datos sobre el ornitorrinco.

Tanto escucha sobre el ornitorrinco que son los propios patos reales los que se han vuelto extraños; el ornitorrinco le es tan familiar que él define su nueva concepción de pato. Tras horas y horas de una continua secuencia de datos, el europeo sabe lo que ese bicho come, cuántas horas duerme, cuánto pesa, cuándo se aparea, cuántas crías tiene, cuántos años vive, cuáles son sus enemigos… y sin embargo, ¡no conoce nada al ornitorrinco! ¡Nada! No sólo eso: no conoce ni su nombre, ni el ser que ese animal es; y además lo confunde con un animal completamente diferente… ¡el pato! Si el informador quiere llegar a la última fase del proceso informativo de control mental, bombardeará la mente del pobre europeo con más y más datos (algunos ciertos, otros no tanto). La capacidad de procesar información encontrará su límite con cierto número de datos, y –entonces- la estructura mental del hombrecito colapsará de tal forma que nunca más podrá saber qué es qué, ni un pato, ni un ornitorrinco, ni otra cosa. Los datos seguirán en su memoria; ellos configurarán inútil información sobre una realidad que desconoce; él dirá “estar informado” con respecto a algún tema… y sin embargo, su capacidad cognitiva habrá estallado en mil pedazos, y el control mental en manos del informador se habrá hecho ilimitado: si el informador da el dato de que ese bicho vuela, el europeo lo creerá; si le da el dato de que ese “pato extraño” es una amenaza para su seguridad, el europeo lo temerá como terrorista; si le da el dato de que ese animal es un “enemigo público”, el europeo declarará la guerra a los ornitorrincos… ¡sin saber lo que son!. Así funciona -grosso modo- el proceso que sufre todo hombre moderno.

Esto es lo que escribí siendo joven, en 2009, en La Danza Final de Kali. Cinco años después, otro joven (no tanto como yo, pero más o menos de la misma quinta), el doctor de la Universidad de Jerusalén, Yuval Noah Harari, escribe por primera vez sobre lo que él llama “dataísmo”. ¿Qué es el dataísmo? ¿Un nuevo “ismo”? No sólo. ¿Una filosofía? No exactamente. ¿Una nueva religión? Esa es su aspiración. Dataísmo es exactamente lo que yo anunciaba con mi ornitorrinco hace más de diez años: una reducción de la experiencia humana (y en última instancia, de la propia humanidad en su conjunto) a mera información. Tras esa reducción, el valor de la vida humana reside en su procesamiento como información (y no como tradicionalmente ocurría, en su propio conocimiento). Según el Dataísmo, el sentido de la existencia humana por fin se ha encontrado: decodificar nuestra vida como información (bytes) procesable por algo transcendente al plano individual. Y he ahí la aspiración religiosa del dataísmo: el tradicional Dios intangible, espectral, inútil y muerto desde Niezstche en los tiempos modernos, deja paso a un dataista dios, también intangible, también espectral, pero finalmente vivo y útil para esta nuevo mundo recién estrenado. ¿Qué mundo es ese? Pues este en el que estamos viviendo, si es que a esto se le puede llamar vida.

¿Y qué dios es ese en definitiva? A ese dios lo podéis llamar Big Data, Inteligencia Artificial, Internet of Things, cómo queráis... En verdad no importa cómo lo llaméis porque ese dios ya está operando aunque no lo nombréis, aunque no sepáis de su existencia, aunque no creáis en él. Quizás sea el primer dios de la humanidad al que no le interesa la fe que inspira en los humanos. Quizás por eso también será nuestro último dios: el dios de Silicon Valley, de la religión que dio respuesta fácil a los más complicados problemas del alma humana. Ante la mortalidad del hombre, el dataísmo ofrece la indestructibilidad del dato. Ante la libertad y el destino del ser humano, el dataísmo ofrece un Big Data que va a decidir por ti. Ante la Providencia o la Inteligencia Divina, el dataísmo ofrece un algoritmo indefinidamente perfeccionado. Ante los dolores de la carne y la fragilidad del cuerpo, el dataísmo ofrece biotecnología y transhumanismo. Ante los dolores del alma y la naturaleza humana, el dataísmo ofrece una mezcla de potentes analgésicos y antidepresivos, con un relativismo moral que aniquila toda conciencia. Ante la realidad persistente de la vida, el dataísmo ofrece la Realidad Virtual de un videojuego 3D cada vez más realista. Ante el misterio del Amor, el dataísmo ofrece cibersexo e monitoreo bioquímico. Ante el dilema del Poder y el gobierno de los hombres, el dataísmo ofrece una SupraDemocracia gestionada con Inteligencia Artificial.

Ante el Conocimiento Tradicional, el dataísmo ofrece información. ¿Qué es la información? Una larga secuencia de datos alrededor de un abismo de profunda ignorancia.

tubi
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BDSM: LA DEBILIDAD COMO DISCIPLINA SEXUAL

“¿Vas con mujeres? No olvides el látigo.” La frase es del zumbao de Friedrich Nietzsche, que no tuvo más mujeres en su vida que el mal bicho de su madre, su hermanita y una rusa que le dio calabazas. No es buen ejemplo. Y como no encontraba autoridades ejemplares en la materia, en mi juventud me lancé a descubrir la verdad del tema por mí mismo. La sexualidad es la única esfera donde podemos conocer al ser humano como es, sin máscaras sociales, sin maquillajes religiosos, sin el disfraz de la identidad. Ya solo por eso merece la pena el sexo, tal y como dijo una querida amante, ciertamente promiscua, que aseguraba irse a la cama con cualquiera, tan sólo para facilitar una intimidad en la que poder preguntar a la persona si creía en Dios.

Así, durante la década pasada, varié entre lo poco y nada selectivo en relación a las mujeres. ¿Me arrepiento de aquella época? No, pero hay una mezcla entre el que me quiten lo bailado y que hay cosas que es mejor no saber. Tengo una sexualidad fuerte, respeto la ley natural del acto sexual, en la que el hombre es superior en cuanto a fuerza física, y la mujer superior en cuanto a poder psicológico. Shiva y Shakti; el macho domina el espacio y la hembra domina el tiempo. La mujer se entrega y se deja someter en cuerpo, sí, pero es el hombre quien es sometido en lo espiritual con efluvios anímicos femeninos. Y en esa dinámica natural conoces chicas que les gusta que les des azotes. ¡Bien! Otras que demandan que les cojas por el cuello con las dos manos. ¡Bueno, vale! Alguna de ellas pide que las agarres aún más fuerte que de costumbre. ¡Ok, McKey! Algunas de esas solicitan que se apriete un poco más… ¡Pues si insistes…! Aprieta más hasta que salgan gotitas de sangre. ¡Buf, no me mola la sangre, pero si te gusta a ti…! Y finalmente llega la chica que te pide que simules una violación, con amenaza de cuchillo en yugular, humillación y mordaza. Ahí es bueno cuestionarse: ¿en qué tipo de vertedero estás dispuesto a participar?

El perfil de la sumisa fuera de la cruz de San Andrés es el siguiente: se considera feminista, de izquierda (o liberal, en el sentido norteamericano del término), empoderada y moderna. En la batidora de basura que tiene como cerebro confluyen todas las teorías sexuales de la posmodernidad, como la doctrina queer, el poliamor, el anarquismo relacional, el ideario lgbt… de hecho, es rara la sumisa que no sea, al menos, bisexual. Abundan los tatuajes feos, los piercings ganaderos, y los pelos de colores. Y por mucho que se consideren “esclavas”, “rope bunnies”, “brats”, “pets”, “kitties” … esa variedad de etiquetas se cae extrayendo el común denominador de la relación chunga que tienen todas ellas con su padre. Que se me permita la vulgaridad: toda la parafernalia BDSM del cuero, los contratos, las fustas, la ceremonia del collar, las pinzas… se disuelve cuando, sencilla y finalmente, alguien las folla bien. Ahí se acaba el rollo y se van para casa. Se toman un colacao en bata viendo La Resistencia de Broncano en Movistar Plus, y a dormir.

Aunque no les conozco tan bien, la contrapartida masculina no es muy diferente. También son políticamente correctísimos: dicen ser tolerantes con las minorías, respetuosos con el bien común, solidarios, democráticos y resilientes. Pueden llevar traje de cuero, pero si lo requiere el protocolo, también llevan mascarilla FFP2. En lo sexual suelen ser pichulines, cortos, escasos. El BDSM les permite realizar una sesión de varias horas, cuando sin BDSM no pasan de un chorrito precoz en pocos minutos. De hecho, en los locales más extremos de BDSM, los actos sexuales prácticamente desaparecen, y son sustituidos por torturillas pactadas con anterioridad, medidas con detalle, escenificadas de forma minuciosa. La jerarquía y el control de todo movimiento ahogan la espontaneidad y la naturalidad del misterio erótico. Todo está mensurado, acordado, consensuado, domesticado, civilizado. Nada se escapa a la obsesión de control del dom (o la dominatrix). Pues en el BDSM también hay hombres sumisos, masoquistas, esclavos sexuales tratados como perros. En el aspecto social, estos suelen ser los más despóticos, clasistas, tiránicos. Cuanto más sometimiento demandan en la intimidad del BDSM, más bordes suelen ser como jefes en la oficina, más trepas en el trabajo, más malvados en la jerarquía social. Cuanto más sumisos y pusilánimes en la cama, más exitosos y arrogantes en el mundo del dinero, el poder y el sistema. Abundan los policías, los políticos, los periodistas de politiqueo. En la cima invertida del BDSM se encuentra el sumiso “Sissy”, un hombre que se traviste de mujer y ejerce un rol femenino con el que disfruta de su propia humillación. Como ningún jefe de estado, ministro o funcionario de los poderes públicos va a reconocerse como “Sissy”, sacamos a colación el único caso público que se conoce de forma documental en España, precisamente por medio de la propia cloaca del estado: Pedro J. Ramírez. No hace falta ver a Pedro J. travestido con picardías, para identificarlo como la personalización del poderoso impotente, el limpiabotas del sistema al que le gusta que le pisen, cruel mandamás de día y dulce señorita de noche. La erótica del poder poco tiene que ver con los genitales y el sexo, sino con las tragaderas y el estómago que se tenga.

No se sulfure el lector con los temas aquí tratados. A fin de cuentas, como alegan los adeptos del BDSM, toda actividad está consensuada, incluida la lectura de este texto. “Cada cual es libre para hacer lo que le venga en gana, siempre que se haga con consentimiento”, es el último argumento de la refinada crueldad aristocrática: Marqués de Sade y Barón de Sacher-Masoch, sadismo y masoquismo, cara y cruz de una misma moneda de chocolate amargo, blandito y revenido. “Si lo haces, es porque quieres”; el sadomasoquista usa esta frase tanto para introducirse un paraguas en el ano y abrirlo, como para justificar el miserable salario de un chaval que trabaja en McDonald’s, o el frío que pasa una chica africana plantada en la Casa de Campo. Es el mismo sistema de explotación que esgrime como coartada una libertad de estatua, con antorcha en una mano y la losa de la ley en la otra. Hasta tal punto el BDSM representa una libertad fraudulenta y una normativa para débiles, que llegan a firmar acuerdos y contratos para estipular la relación de poder entre amo y sumiso. Por si no hubiera suficiente burocracia en la vida civil, los BDSM demandan registrar en propiedad el amor, fiscalizar el orgasmo, compulsar el deseo. Pretenden subyugar el sexo a una suerte de derecho positivo que les confiere ciertos poderes de los que no disponen por ley natural. El dominador BDSM domina a través de la política, es decir, a través del acuerdo, la firma y el consenso. El dominante verdadero desprecia todo eso, pues su dominio resulta natural. Quien tiene poder sexual sencillamente lo ejerce.
tubi
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Re: Artículos Ibn Asad (Lomas Cendón)

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tubi
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Re: Artículos Ibn Asad (Lomas Cendón)

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ZUGZWANG: CUANDO LO MEJOR SERÍA NO MOVER

Mi gato Tango tiene una curiosa y cruel predilección a la hora de cazar. Persigue a los ratoncillos hasta un pequeño hueco en la escalera del jardín; cuando comprueba que el roedor ha entrado en la cavidad, se tumba frente a él y espera. El gatito, tranquilo y seguro, observa. El ratón tiene dos opciones: o sale corriendo por la izquierda (y Tango lo atrapa con la garra izquierda), o sale corriendo por la derecha (y Tango lo atrapa con la garra derecha). Habría una tercera opción improbable, tal vez imposible: el roedor se queda quieto hasta que el gato se canse de esperar, se marche o se duerma. Nunca he visto a un ratoncito que reaccionase de esa forma. Parece que su naturaleza inquieta y nerviosa se lo impide: no moverse no es una opción para un animal así. Y el movimiento que busca la supervivencia acaba por precipitar su muerte.

A estas alturas de la partida, parece que no movernos tampoco resulta ser una opción para nosotros. Fundamos y formamos parte de movimientos. Y no lo podemos evitar: a nadie se le ha ocurrido como alternativa fundar o formar parte de un aquietamiento. Los activistas reprocharán ofendidos que no hacer nada sería lo más fácil, cuando lo cierto es que nadie ha sido capaz de llevarlo a cabo: todos reaccionamos, somos seguidores, tenemos opinión, nos posicionamos, actuamos, apoyamos, hacemos movimientos. Quizás esa sea nuestra naturaleza y no haya mayor desgracia que no asumirla: somos hombres de acción. Pero observando a mi gato me pregunto si, así como nosotros, los llamados ratoncillos de acción en verdad sólo resultan ser animales poco inteligentes, que están demasiado asustados como para entender que lo mejor sería quedarse quietecitos un rato. Y pensar.

¿Pensar, para qué? Si es verdad aquello que dijo Bobby Fischer de que la vida es el ajedrez, estamos jodidos. En el ajedrez hay que mover, y además tienes un tiempo limitado para hacerlo. Tanto en la vida como en el ajedrez, mover y vacunarse (es decir, inocularse biotecnología) acabará siendo obligatorio. Nos fuerzan a proyectar estrategias disparatadas, planes de praxis de bombero jubilado, locas fantasías de escape… Nos excitan palabras como revolución, liberación, acción, cuando la revolución consiste en seguir mareando la perdiz con dialécticas espirales, los movimientos de liberación sólo sirven para negociar un cautiverio conveniente, y cualquier acción en esta situación conduce inexorablemente al desastre. Quien no participa de nuestra corriente revolucionaria será un reaccionario (aunque no reaccione). Quien no luche por nuestra liberación, será un opresor (aunque no oprima ni a una mosca). Quien opte por no hacer activismo, será un idiota, aunque esa sea a todas luces la opción más inteligente.

En ajedrez, a eso se le llama zugzwang y en esas estamos en 2022. Aunque algún ajedrecista me corregirá y dirá que lo que estamos sufriendo es el simplón Mate del Pastor que todo niño principiante recibió en sus primeras partidas. Ojalá. Mi consuelo de tonto será pensar que lo que nos está ocurriendo se debe a la inexperiencia infantil, y no a la repetitiva estulticia contumaz de un viejo chocho.
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