La Trampa Kafkiana

Responder
Kephas
Mensajes: 458
Registrado: 09 Sep 2021, 01:53
Ha agradecido: 770 veces
Ha sido agradecido: 993 veces

La Trampa Kafkiana

Mensaje por Kephas »

Una argumetación falaz dirigida a explotar la inseguridad del sujeto, a la manera del abuso emocional.

"Las buenas causas a veces tienen malos resultados. Los negros, las mujeres y otros grupos marginados históricamente tenían razón al exigir la igualdad ante la ley y el pleno respeto y las libertades debidas a cualquier miembro de nuestra civilización; pero las tácticas que utilizaron para “elevar la conciencia” a veces se han desviado hacia lo espeluznante y patológico, tomando prestadas las características menos sanas del evangelismo religioso.

Una patología que se destaca bastante es una forma de argumentación que, reducida a su esencia, funciona así: “Tu rechazo a reconocer que eres culpable de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión…} confirma que eres culpable de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión…}”. Recientemente me han presentado tantos casos de esto que he decidido que necesita un nombre. Yo llamo a este estilo general de argumentación “trampa kafkiana”, y lo anterior es el Modelo A de la trampa kafkiana. En este ensayo, mostraré que la trampa kafkiana es una forma de argumento que es tan falaz y manipulador que aquellos que están sujetos a él tienen derecho a rechazarlo basándose solamente en la forma del argumento, sin referencia a ningún pecado o delito de pensamiento en particular que se alegue. También intentaré demostrar que la trampa kafkiana es tan autodestructiva para las causas que lo emplean que los activistas por el cambio deberían arrancarlo de raíz de sus propios discursos y pensamientos.

Mi referencia, por supuesto, es El proceso de Franz Kafka, en el que se acusa al protagonista Josef K. de crímenes cuya naturaleza nunca se especifica realmente, y que está inmersos en un proceso diseñado para degradarlo, humillarlo y destruirlo, haya cometido o no algún crimen. La única manera de salir de la trampa es que acepte su propia destrucción; de hecho, forzarlo hasta ese punto de aquiescencia y al colapso de su voluntad de vivir como un ser humano libre parece ser el único punto del proceso, si es que tiene uno.

Esta es casi exactamente la forma en que la trampa kafkiana opera en la argumentación religiosa y política. Los crímenes reales — transgresiones reales contra individuos de carne y hueso — generalmente no se especifican. El objetivo de la trampa kafkiana es producir una especie de culpa flotante en el sujeto, una convicción de pecado que puede ser manipulada por el operador para hacer que el sujeto diga y haga cosas que sean convenientes para los objetivos personales, políticos o religiosos del operador. Lo ideal es que el sujeto interiorice estas demandas y se convierta en cómplice de la trampa kafkiana de los demás.

A veces la trampa kafkiana se presenta en formas menos directas. Una variante común, que llamaré el Modelo C, es afirmar algo así como esto: “Aunque no te sientas culpable de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión…}, eres culpable porque te has beneficiado del comportamiento {pecador, racista, machista, homofóbico, opresor…} de otros en el sistema”. El objetivo del Modelo C es inducir al sujeto a la autocondena, no sobre la base de algo que el sujeto individual haya hecho realmente, sino sobre la base de elecciones de otros a los que el sujeto por lo normal no podía influir. Hay que evitar a toda costa que el sujeto se dé cuenta de que en última instancia no es posible ser responsable del comportamiento de otros seres humanos libres.
Una variante cercana del Modelo C es el Modelo P: “Aunque no te sientas culpable de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión….}, eres culpable porque tienes una posición privilegiada en el sistema {pecador, racista, machista, homofóbico, opresor….}”. Para que el Modelo P funcione, se debe evitar que el sujeto se dé cuenta de que la demanda de autocondenarse no se basa en sus propias acciones, elecciones o sentimientos, sino más bien en una identificación dentro del grupo atribuida por el operador de la trampa kafkiana.

Es esencial para el funcionamiento de las tres variantes de la trampa kafkiana descritas hasta ahora que la atención del sujeto se desvíe del hecho de que en realidad no se ha especificado ninguna infracción por parte del sujeto, de la que el sujeto deba sentirse personalmente culpable. El objetivo de la trampa kafkiana es engancharse a la inseguridad crónica del sujeto e inflarla, de la misma manera que un abusador emocional convence a la víctima de que el abuso es merecido — de hecho, el mecanismo es idéntico — . Por lo tanto, la trampa kafkiana tiende a funcionar mejor en personalidades débiles y emocionalmente vulnerables, y pobremente en personalidades con un fuerte ethos interiorizado.

Además, el éxito de una trampa kafkiana Modelo P depende de que el sujeto no se dé cuenta de que la atribución de grupo fijada por el operador puede ser rechazada. Se debe impedir que el sujeto afirme su individualidad y su agencia individual; mejor aún, el sujeto debe estar convencido de que afirmar la individualidad es otra demostración más de negación y culpabilidad. ¿Es necesario señalar lo irónico que es esto, dado que los operadores de la trampa kafkiana (que no son autoritarios religiosos a la vieja usanza) generalmente afirman estar en contra de los estereotipos de grupo?

Hay, por supuesto, otras variantes. Consideremos el Modelo S: “Mostrar escepticismo ante cualquier relato anecdótico particular de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión… }, o cualquier intento de negar que la anécdota en particular implica un problema sistémico en el que tú eres una de las partes culpables, es suficiente para establecer tu culpabilidad”. Una vez más, el tema común aquí es que cuestionar el discurso que te condena, te condena. Esta variante difiere de los Modelos A y P en que, de hecho, se denuncia un delito específico contra una persona real. El operador de la trampa kafkiana se basa en la repulsión emocional del sujeto contra el crimen para eliminar todas las cuestiones de representatividad y el hecho básico de que el sujeto no lo hizo.

Terminaré mi catálogo de variantes con la versión de la trampa kafkiana que creo que es más probable que se utilice contra este ensayo, el Modelo L: “Tu insistencia en mostrar un escepticismo racional al evaluar las afirmaciones sobre la omnipresencia de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión….} ya en sí mismo demuestra que tú eres {pecador, racista, machista, homofóbico, opresor…}”. Esto suena muy parecido al Modelo S, excepto que aquí estamos volviendo a la escena de un crimen no especificado. Esta versión no tiene la intención de inducir la culpa, sino de servir como defensa lateral para otras formas de trampa kafkiana. Al insistir en que el escepticismo es evidencia de una intención de encubrir o excusar el crimen de pensamiento, los operadores de la trampa kafkiana se protegen a sí mismos de que sus métodos o motivos sean cuestionados y pueden continuar con el serio asunto de erradicar el delito de pensamiento.

Habiendo demostrado lo manipuladora y psicológicamente abusiva que es la trampa kafkiana, puede parecer casi superfluo observar que también es lógicamente falaz. Un tipo particular de falacia es el que se llama a veces “pancrestón”, un argumento del que se puede deducir cualquier cosa porque no es falsable. En particular, si el Modelo A de trampa kafkiana es cierto, el mundo se divide en dos tipos de personas: (a) aquellas que admiten ser culpables de delitos de pensamiento. Nadie puede ser inocente y (b) aquellas que son culpables de delitos de pensamiento porque no admitirán ser culpables de delitos de pensamiento. Nadie puede ser inocente. ¡Hay que evitar que el sujeto se dé cuenta de que esta lógica condena e impugna al operador de la trampa kafkiana!

Espero que ya esté claro que el sabor particular del delito de pensamiento que se alega es irrelevante para entender la actuación de los operadores de la trampa kafkiana y cómo evitar ser abusados y manipulados por ellos. En el pasado, el operador de la trampa kafkiana era generalmente un fanático religioso; hoy en día, es igual de probable que promueva una ideología de reivindicación racial, de género, de minoría sexual o económica. Cualquiera que sea su opinión sobre cualquiera de estas causas en sus formas “puras”, hay razones por las que el empleo de la trampa kafkiana es un claro signo de corrupción.

La práctica de la trampa kafkiana corrompe las causas de varias maneras, algunas obvias y otras más sutiles. La forma más obvia es que las formas abusivas y manipuladoras de controlar a la gente tienden a vaciar de contenido las causas en las que se emplean, asfixiando cualquier meta digna con la que puedan haber comenzado y reduciéndolas a ser vehículos para el lograr poder y privilegio sobre los demás.

Una forma más sutil de corrupción es que aquellos que usan trampas kafkianas para manipular a otros son ellos mismos propensos a caer en ellas. Al ser incapaces de ver desde fuera de las trampas, su capacidad para comunicarse y comprometer a alguien que no ha caído en ellas se daña cada vez más. En el extremo, tales causas frecuentemente se cierran epistémicamente, con una jerga y un discurso tan fuertemente envueltos alrededor de las falacias lógicas en los operadores de la trampa kafkiana que su doctrina es en gran medida ininteligible para los extraños.

Ambas son buenas razones para que los activistas por el cambio consideren a los operadores de la trampa kafkiana como una patología peligrosa que deben erradicar por sus propias causas. Pero la mejor razón sigue siendo que la trampa kafkiana está mal. Especialmente, y de manera muy equivocada para cualquiera que afirme estar operando en la causa de la libertad.


ACTUALIZACIÓN: Un comentarista señaló el Modelo D: “El acto de exigir una definición de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresor} que pueda ser verificada y falsada de manera consecuente prueba de que tú eres {pecador, racista, machista, homofóbico, opresor}”.

ACTUALIZACIÓN2: El Modelo M: “El acto de argumentar en contra de la teoría del anti {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión} demuestra que tú eres {pecador, racista, machista, homofóbico, opresor} o no entiende la teoría del anti {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresor}, y por lo tanto tu argumento puede ser descartado como corrupto o incompetente”.

Modelo T: "Las víctimas designadas de {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión} que cuestionan cualquier parte de la teoría del {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión} demuestran al hacerlo que no son miembros auténticos de la clase de víctimas, por lo que su experiencia puede ser descartada y sus pensamientos desestimados como {pecado, racismo, machismo, homofobia, opresión} interiorizada."

Escrito por Eric Steven Raymond.
Kephas
Mensajes: 458
Registrado: 09 Sep 2021, 01:53
Ha agradecido: 770 veces
Ha sido agradecido: 993 veces

La Mota y El Castro

Mensaje por Kephas »

LA MOTA Y EL CASTRO

La falacia quizá más peligrosa de cuantas hoy circulan por ahí

La cosa es que Shackel detectó que mucha gente hoy defiende sus ideas (a menudo, inconsistentes ideas) justo del mismo modo que nuestros antepasados defendían sus motas castrales. Es un procedimiento que gusta en especial a los posmodernos, a ciertas feministas y a algunos teóricos “de género”.

Aunque muchos a menudo alberguen la impresión de que la filosofía es una disciplina que no avanza (por mor quizá de esta peculiaridad suya: que aún le estemos dando vueltas a cosas que dijeron Parménides o Platón hace más de dos mil trescientos años), lo cierto es lo contrario. Son tantos los hallazgos con que se ha encontrado este saber a cada paso, incluso cuando aún era un mero retoño allá por el siglo VI a. C. (el de Anaximandro), que por ello los filósofos volvemos a leer una y otra vez, a pensar sin descanso, nuestra propia historia. Algo que no suelen hacer los físicos con Galileo, los químicos con Lavoisier o los médicos con Vesalio: suerte tienen ellos (o quizá no tanta) al poderse quedar con solo lo más reciente; nuestra tarea es más larga.

Uno de los últimos y más útiles descubrimientos filosóficos se produjo en 2005. No abrió portadas de periódicos, no se ha emitido en esos programas de la tele que hacen “divulgación científica” (esa tarea que, Wittgenstein dixit, pretende hacernos creer que comprendemos una cosa… que de hecho no pillamos en absoluto). El mérito de esta aportación pertenece al británico Nicholas Shackel, hoy profesor en Cardiff. En un artículo publicado en la revista Metaphilosophy Shackel detectó que cada vez pulula más a nuestro derredor cierta estrategia de argumentación falaz, y le dio un pintoresco nombre: doctrinas de mota castral (Motte and Bailey Doctrines). ¿A qué se refería?

Con el fin de entenderlo, quizá convenga explicar primero qué son las motas castrales. Para ello habremos de dar un pequeño salto a la Edad Media: se trata de un tipo de castillos. En España apenas nos quedan los restos de uno (el de Trespalacios, en Cantabria). Su sistema de defensa consiste en una torre de piedra ubicada sobre un montículo (la mota) y rodeada, al menos en parte, por un área de tierra agradablemente habitable (el castro). Este castro se halla a su vez circundado por algún tipo de barrera protectora, aunque de escaso empaque, como por ejemplo una zanja. Puede observarse un buen esquema de tal mota castral en la siguiente figura.

Imagen

Y bien, aunque mota y castro sean dos partes del mismo castillo, no pueden resultar más diferentes. La fortaleza ubicada sobre la mota resulta fácil de defender, pero es demasiado oscura y húmeda como para vivir en ella de continuo. Todo lo contrario les ocurre a las tierras castrales: en ellas se puede habitar, cultivar y prosperar, pero cuando el enemigo ataca se vuelve arduo defenderlas con tan solo una zanja. Ahora bien, si combinamos la mota y el castro, que es lo que hace este tipo de castillo, podemos aprovechar los beneficios de cada una de sus partes: en días pacíficos, gozaremos y produciremos en los campos, talleres y establos del castro; cuando alguien nos ataque, correremos a refugiarnos en la casi inexpugnable mota. Incapaces de vencernos allí, los asaltantes se volverán más pronto que tarde por donde vinieron, y nosotros podremos de nuevo tornar al plácido castro, el paraje que verdaderamente nos interesa explotar. La mota castral es todo un lujo inmobiliario.

Y bien: ¿qué tiene que ver todo esto con la filosofía y con nuestros avatares contemporáneos? La cosa es que Shackel detectó que mucha gente hoy defiende sus ideas (a menudo, inconsistentes ideas) justo del mismo modo que nuestros antepasados defendían sus motas castrales. Es un procedimiento que gusta en especial a los posmodernos, a ciertas feministas y a algunos teóricos “de género”.

Esta gente defiende teorías que contienen dos tipos de asertos. Por una parte, afirmaciones difícilmente defendibles ante los demás, pero a las que les sacan mucho jugo: sería el equivalente a lo que antes hemos descrito como las tierras del fértil, pero un tanto desprotegido, castro. Ejemplos de estas frases rimbombantes, orondas, pero complicadas de defender, ejemplos de estas ideas-castro, serían cosas como “Toda la realidad es una construcción social”, o “El feminismo debe ser anticapitalista” o “La heterosexualidad mata”.

Seguro que el lector conocerá a alguna que otra persona que sostendrá tan bizarras ideas; y seguro que se ha preguntado cómo es esto posible. Si la realidad es toda una construcción social, entonces ¿basta con que nos pongamos de acuerdo toda la sociedad para acabar con cosas tan ingratas como el sida, la muerte o los excrementos de paloma que, vaya, a veces van y caen sobre nuestra pechera? Si el feminismo debe ser anticapitalista y, por tanto, antiliberal, entonces ¿no fue feminista Clara Campoamor, principal responsable de la llegada del voto femenino a España, y liberal que huyó del Madrid republicano al estallar la guerra civil (este se había vuelto bien peligroso, decía, “incluso para las personas liberales –sobre todo, quizá, para ellas–”)? Por último, si la heterosexualidad mata, ¿por qué hay tantas personas con vigorosos deseos heterosexuales que no han matado a nadie en su vida (probablemente el lector sea una de ellas)?

Todas estas objeciones colocan a quien sostiene las ideas-castro en estrechos aprietos. Ahora bien, cuando alguien ataca sus endebles afirmaciones, quien las sostiene suele recurrir justo a la estrategia tramposa que nos ocupa: la mota castral. Concretamente se acuerda entonces de la mota, de la parte más fácilmente protegible de su teoría. Las ideas de la mota son, a diferencia de las ideas-castro, posiciones mucho más razonables: por ejemplo, que “nuestra sociedad influye en cómo vemos la realidad”, que “el feminismo es igualdad entre hombres y mujeres” o que “hay heterosexuales que matan”. Son ideas diferentes a las que se han sostenido antes en el castro; pero quien preconiza estas teorías trata de colarnos que solo está abogando por ellas, ya ves tú, qué desabridos somos al cuestionárselas.

De hecho, de puro razonables, estos asertos de la mota pueden incluso resultar obvios, pero eso no importa: su única función es refugiarse en ellos, como en una mota, cuando las cosas vienen mal dadas; es decir, cuando las ideas-castro han sido asaltadas con el inmisericorde filo de la razón. Es entonces cuando nuestro posmoderno, o feminista, o teórico de género dirá que hay que ver cómo nos ponemos; que él al fin y al cabo solo estaba defendiendo (con un lenguaje un poco raro, bien, es posible) esas posturas tan evidentes (su mota); y que por tanto debemos dejar de atacar su teoría (su castillo).

Ahora bien, en cuanto ceje tal ataque, los defensores de estas teorías de mota castral volverán a trasladarse a su fecundo castro y tratarán de endilgarnos desde él todas las ideas raras que se abandonaron corriendo durante el ataque (que lo real es social, que el feminismo es anticapitalista o que la heterosexualidad es asesina). Quién iba a decirnos que se pudiera sacar tanto jugo a la arquitectura medieval.

Hoy no solo usan mecanismos falaces como el de la mota castral individuos aislados, sino movimientos sociales y políticos enteros. Pongamos, por ejemplo, el caso del feminismo que propone acabar con la presunción de inocencia de los varones acusados de algún delito contra mujeres. Es este un claro ejemplo de propuesta-castro en nuestra civilización democrática, pues desde la Revolución francesa se ha ido asumiendo la barbaridad que olvidar tal presunción implicaría; y el artículo 11 de la Declaración Universal de Derechos Humanos así lo recoge. De modo que uno puede sentir confianzudo, al oírla, que cómo va a triunfar tal aberración. Parece peor protegida que un castro medieval con una zanjita poco profunda.

Craso error de exceso de fe, empero. Pues pronto notaremos lo peliagudo que se vuelve vencer esa postura: cuando la ataquemos, su defensor inmediatamente se refugiará en frases abstractas sobre lo deseable que es proteger a las mujeres (ideas-mota); obviedades que le tendremos que conceder. Y en cuanto nos demos la vuelta, volverá desde esas ideas-mota a tratar de cultivar su castro: que, si eres feminista, habrás de decir adiós a la presunción de inocencia de los varones. En la realidad estar a favor de la presunción de inocencia y de proteger a las mujeres es perfectamente compatible; pero, merced a la estrategia tramposa de la mota castral, algunos feministas pueden persuadir a incautos de que no es así.

Cabría prolongar indefinidamente este artículo exponiendo casos de mota castral en nuestros días (hay una buena recopilación de ellos, recomendada por el propio Shackel, en este post de Steve Alexander y sus comentarios) https://slatestarcodex.com/2014/11/03/a ... the-motte/ Bástenos, para terminar, con hacer alguna recomendación acerca de cómo derrotar a quien combate desde sus motas castrales. El método guarda pocos secretos: como con todo razonamiento falaz, el mejor modo de disolverlo es exponerlo a la luz. Post tenebras lux, decían los antiguos. Y eso es lo que humildemente hemos tratado de hacer en este artículo.

Escrito por Miguel Ángel Quintana Paz
Responder