Drogas peligrosas poco conocidas: la irresponsabilidad

Hay drogas legales y otras ilegales. Salvo las diferencias juridícas, los desperfectos que causan a la salud son bastante parecidos.
Hay otro tipo de drogas que, como no se compran ni hace falta el acto de consumirlas para provocar sus efectos, nadie las clasifica como drogas duras, aunque sus efectos pueden llegar a ser mucho más devastadores que las drogas duras clásicas.
Hoy vamos a analizar la droga de la irresponsabilidad. El consumo de esta droga produce unos placeres difícilmente clasificables y muy difíciles de explicar.
Se podría decir que la persona totalmente irresponsable se encuentra bajo los efectos que le proporcionarían varias de las otras drogas conocidas, como si las hubiera tomado todas a la vez:

  • – Se evade de la realidad mucho mejor que lo haría con grandes dosis de alcohol o chutándose caballo.
  • – Pasa olímpicamente de las consecuencias, como si estuviera colocado de porros hasta el culo.
  • – Vive con intensidad las tonterías que hace como si hubiera esnifado cocaína estando conectado en vena a un gotero de café.
  • – Puede sentir el placer y revivir la alucinación de sentirse en paz y protegido como si siguiera en el útero materno. Exactamente igual que si hubiera tomado L.S.D.

Como el adicto a la irresponsabilidad mantiene intactas sus facultades mentales, cuando los que lo quieren le dicen que debe ser responsable, lo entiende e intenta seriamente responsabilizarse de sus actos. Pero casi ningún adicto consigue salir de esta terrible droga. Apenas empieza a ser responsable, el síndrome de abstinencia de los placeres de la irresponsabilidad convierten su vida en un infierno.

  • – Al no poder escapar de la realidad para vivir dentro de su fantasía, la vida se convierte en monótona, gris e insoportable.
  • – El tener que rendir cuentas de cada uno de los actos, limita su libertad y le hace sentirse enjaulado como una fiera.
  • – La responsabilidad le obliga a tomar decisiones sobre temas importantes, sin poder delegar en los «expertos» que pululan en cada una de las facetas de la vida. De todas las sensaciones desagradables que le produce el «mono» de irresponsabilidad, la de tener que tomar decisiones es la peor: si toma decisiones, sabe con seguridad que en algunas de ellas se va a equivocar y, como no ha podido delegar, tendrá que asumir el error y la culpa de su mala decisión. Esa sombra de la certidumbre de tener que admitir sus errores, que cuelga sobre su cabeza como una vulgar espada de Damocles, con el tiempo va minando su entereza y lo va sumiendo en un caos psicológico y emocional.

Si tiene la mala suerte de verse obligado a tomar decisiones sobre otras personas a su cargo (personas sin sus facultades mentales o niños pequeños), el adicto tirará la toalla y recaerá en su adicción sumergiéndose hasta el cuello en un baño de irresponsabilidad. Inmediatamente buscará a cualquiera que diga que es «experto», y delegará la toma de decisiones de la vida de sus allegados en el recién conocido «experto». Para el adicto, dicho «experto» sólo representa un bote salvavidas que lo rescata de las profundidades del «mono» de responsabilidad del que no podía sacar la cabeza, así que la cualificación del «experto» para el adicto es un tema trivial. Cuando te estás ahogando, no te pones exigente con el color o la marca del salvavidas.
Lógicamente, los intentos de ser responsable con sus horribles experiencias dejarán en el adicto una huella inborrable, como ocurre con un toro resabiado. Las próximas veces que las circunstancias de la vida lo empujen al callejón sin salida de tener que actuar responsablemente, se proyectarán en la mente del adicto las insufribles experiencias anteriores del síndrome de abstinencia, y se zambullirá en la piscina de la irresponsabilidad sin pensarlo dos veces. La posibilidad de que esté en juego su vida o la de personas allegadas no influirá lo más mínimo en su firme propósito de no abandonar su refugio en el que se acomoda en la posición fetal.
Como vivir dentro de una fantasía puede ser divertido, pero tarde o temprano se impone la realidad, llegará un momento en el que el adicto no podrá seguir siendo irresponsable. La falta de planificación o las malas decisiones de los «expertos» lo habrán abocado a una situación insostenible, y se verá obligado a responsabilizarse de su vida o asumir unos riesgos muy altos de acabar muerto o arruinado.
El lector pensará que el adicto, cuando se enfrente a su propia muerte, cogerá las riendas de su vida y tratará de salvarse. El que piense eso se equivocará el 99% de las veces.
El adicto puede llegar al punto de no retorno por diferentes e importantes facetas de su vida: puede haber arruinado su salud o la de familiares a su cargo. Puede haber llegado a la insolvencia económica por no ocuparse de las finanzas familiares. Puede haber arruinado la vida de sus hijos por no tomar las decisiones adecuadas en su educación. Puede perder el amor y la amistad de personas que le querían.
Como se puede ver, la vida destrozada de un adicto a la irresponsabilidad no se diferencia mucho de la de un yonkie. Los desperfectos de las drogas duras son muy contundentes, incluso en las drogas que no necesitas buscar un camello para comprarlas.
¿Qué hará el adicto cuando la vida lo ponga al borde del precipicio? Desgraciadamente, casi siempre escogerá la peor opción: la huida hacia adelante.
La huida hacia adelante se puede presentar de varias formas, pero con los mismos desastrosos resultados en todos los casos:

  • – El adicto se sume en una profunda depresión. Prefiere vivir como un vegetal siendo irresponsable, que coger las riendas de su vida y sufrir el infierno del síndrome de abstinencia.
  • – Si el adicto debe tomar una decisión a vida o muerte sobre su salud, prefiere delegar esa decisión en el celador que le empuja la silla de ruedas. Como dice la canción, antes muerto que responsable.
  • – Si el problema es económico, prefiere ir a comer a la beneficiencia, pedir limosna a la puerta de la iglesia o pedir ayudas al asistente social, pues todas esas cosas no le impiden seguir sumergido en su placentero baño diario de irresponsabilidad.

Como he dicho algunas veces, si la solución fuera dejarse cortar el brazo derecho, se salvaría bastante gente, al fin y al cabo sin el brazo se puede hacer una vida bastante normal. Pero si para tener una vida digna hay que coger las riendas de la vida y hacerse responsable de la salud, del dinero, de las relaciones familiares, de la educación de los hijos, y defender la libertad como un derecho irrenunciable, desgraciadamente no se salva casi nadie.

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